Con intervalo regular aparecen voces en el debate público que proponen analogías entre alguna situación repudiable en el caso chileno y “la experiencia de los judíos durante la Alemania nazi”. Incendios de recintos religiosos, agresiones físicas o simbólicas contra determinados grupos, o incluso las acciones de agentes estatales en la represión de manifestaciones, se toman como “ejemplo” de que la situación en Chile hoy es tan dramática que puede compararse con lo que sucedió en Alemania durante las décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado. Prefiero suponer que estas comparaciones dicen relación con ignorancia antes que con mala fe: que responden a falta de cocimiento, o a argumentos cuyas implicaciones últimas que no se han pensado con claridad, antes que a una intencionalidad explícita por confundir. Quisiera entregar cinco razones que explican por qué tales analogías confunden mucho más de lo que iluminan.