Cuando los derechos humanos refieren a cuestiones como la vida, la muerte o la integridad física y psíquica, ellos apelan a estados externos; cuando describen nuestras identidades y decisiones íntimas, son las propias personas quienes los aceptan como significativos. El dilema actual de los derechos humanos radica justamente en cómo mantener un equilibrio entre ambos momentos. Cuando la dimensión objetiva se impone a la subjetiva, ganan posiciones conservadoras que, apelando a valores más allá de la historia, intentan imponer sus agendas como las únicas verdaderas. Solo así puede afirmarse que el aborto es un atentado a la vida o que las diversidades sexuales serían una aberración antinatural. Por su parte, cuando prima únicamente su lado subjetivo, se pueden justificar sus violaciones si no simpatizamos con los grupos afectados (en China, Nicaragua o quienes protestan de forma violenta en Santiago) o pueden derogarse porque un grupo lo suficientemente numeroso decide que ya no cree en ellos, como en Afganistán.