El ajedrez I. Su historia y sus simbolismos

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  • Publicación de la entrada:noviembre 27, 2021
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El día de ayer tuvo lugar la primera partida del campeonato mundial de ajedrez. Durante las próximas tres semanas, Magnus Carlsen, el campeón noruego y para muchos el mejor jugador de todos los tiempos, buscará defender por cuarta vez el título que obtuvo en 2013. En esta ocasión, el retador es el ruso Ian Nepomniachtchi, para quien es su primera participación en esta instancia. Cada una de las 14 partidas que tendrán lugar en Dubai durará, en promedio, más 6 horas y en caso de empate el ganador se decidirá en cuatro partidas “rápidas” de alrededor de 1 hora de duración (y otras aun más cortas en caso de persistir el empate). Después del boom de la serie Gambito de Dama de Netflix, este promete ser el campeonato mundial con más seguidores y cobertura de la historia, con un premio a repartir entre ambos jugadores de 2 millones de Euros. Aprovechando el desarrollo del campeonato mundial, durante las próximas tres semanas quisiera explorar algunas de las cuestiones que están a la base de la fascinación que el ajedrez viene generando por más dos mil años en las más diversas culturas y sociedades del planeta.

Arte o ciencia, no hay duda de que en la actualidad el ajedrez se ha transformado en un deporte de elite. Dado que los jugadores pueden gastar más de 5.000 calorías al día por el nivel de concentración requerido, no es sorpresa que el campeón tenga 30 años y el retador 31 – la edad en que la mayoría de los atletas de elite están en lo más alto de su rendimiento. Aun así, es difícil encontrar otra disciplina en que el segundo mejor jugador del mundo tiene solo 18 años (Alireza Firouzja), a la vez que hay 15 jugadores entre los mejores 100 que tienen más de 40 años (el mayor de todos es el israelí Boris Gelfand de 53).

Los orígenes del ajedrez no se conocen con certeza. Las hipótesis más aceptadas nos hablan de la existencia de versiones similares al juego actual en las antiguas Persia e India. Puesto que las rutas comerciales de la época incluían también parte de lo que hoy es China, entre los siglos II AC y III DC ya era posible distinguir un juego que consistía en un tablero cuadriculado de 64 casilleros, donde dos jugadores tienen a su disposición piezas talladas, con características distintas, y que con sus movimientos combinados tienen por objetivo derrotar al ejercito enemigo. Juegos similares comenzaron entonces a viajar por los distintos rincones de la antigüedad y es posible encontrar versiones locales de ese ajedrez temprano tanto en Egipto como en la Grecia clásica. Para 1.600, y coincidiendo con la derrota y expulsión del Islam de Europa, el ajedrez devino en el juego con las características y reglas que conocemos actualmente, a la vez que reemplazó animales y objetos de esas culturas con la iconografía y simbología del occidente cristiano: caballeros, peones, obispos (alfiles), reyes y reinas.

Como juego de todas las épocas y culturas, el éxito del ajedrez puede asociarse a tres características fundamentales. La primera son los simbolismos asociados a lo militar: la lucha como un hecho inevitable de la vida colectiva; el “arte” de la guerra como la forma más alta de estrategia, el carácter aristocrático y virtuoso del liderazgo y la valentía guerrera. La segunda es la dimensión “religiosa” del juego, donde los jugadores adquieren un rol todopoderoso en relación la movilización de sus ejércitos. De hecho, el ajedrez temprano incluía el uso de dados, un hecho que posiblemente está asociado a la creencia de que no hay éxito en la vida sin ayuda del azar o del destino; no hay acción humana que se escape a la inescrutable voluntad divina. Tercero, y ya para el caso del mundo moderno, el ajedrez promueve una cierta concepción de la belleza y el poder de la abstracción y el pensamiento en su estado puro. El despliegue de la “inteligencia” sin más limites que la capacidad de la propia memoria, aprendizaje y creatividad. La idea moderna de que, finalmente, el pensamiento lógico y racional son las más potentes las herramientas que poseemos como especie.

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