El 10 de febrero de 1996 marca un hito definitivo en la historia del ajedrez. Ese día, el computador Deep Blue de IBM derrotó por primera vez a Garry Kasparov, campeón mundial de ese momento y considerado el mejor jugador de todos los tiempos. Al finalizar esa semana, Kasparov mantuvo viva aun la ilusión de la superioridad humana sobre las máquinas al derrotar 4-2 a Deep Blue en un total de 6 partidas. Al año siguiente, en mayo de 1997, una nueva versión del match terminó con el resultado inverso. Un software mejorado de Deep Blue venció a Kasparov 3,5-2,5. Por primera vez en la historia de la humanidad, las máquinas habían derrotado a los humanos en aquella actividad que la filosofía había pensado siempre nos definía como especie: el pensamiento racional.
En los 25 años transcurridos desde esas primeras confrontaciones, las computadoras han transformado completamente la manera de comprender el ajedrez. La tecnología que derrotó a Kasparov había sido programada por ser humanos; es decir, su forma de comprender el ajedrez era “la misma” que la humana y sus ventajas estaban definidas por su mayor precisión a la hora de recordar y calcular secuencias largas, así como su mayor rapidez para llevar a cabo esas operaciones. Por cierto, la computadora no debía lidiar con el cansancio y la tensión que pueden llevar al humano a cometer errores. Así, en la medida que tanto software como hardware devinieron más poderosos y sofisticados, la calidad del ajedrez de las computadoras siguió aumentando.
El salto de calidad reciente de los programas de ajedrez es cualitativo. Sin entrar en detalle respecto de cómo se calcula el puntaje con que el ajedrez internacional organiza su ranking, todo jugador sobre 2.500 puntos de “Elo” tiene por lo general título de Gran Maestro (el más alto del ajedrez internacional). 125 jugadores han superado los 2.700 puntos a lo largo de la historia, solo 14 los 2.800 puntos. A la fecha Magnus Carlsen consiguió en 2014 el mayor Elo de la historia: 2.882 puntos. Los tres programas principales de ajedrez de la actualidad – Stockfish, Alphazero, Leela – tienen un ranking superior a los 3.000 puntos y en sus versiones más sofisticadas pueden acercarse a los 3.500 puntos. Los mejores jugadores de la actualidad tendrían suerte si, de 100 partidas contra alguno de estos programas, son capaces de empatar una.
La característica más novedosa de estos nuevos softwares es que no fueron programados para jugar ajedrez. Son mas bien algoritmos basados en modelos de redes neuronales donde ellos mismos se enseñaron a jugar. Es decir, las decisiones sobre en qué consiste una “buena” jugada no buscan replicar o afinar aquello que los seres humanos harían. Por el contrario, estos programas desarrollan sus propios criterios para evaluar distintas posiciones y decidir cuál es la mejor movida. En posiciones complejas o inusuales, esa “mejor movida” tiende a ser contraintuitiva en relación con los criterios humanos convencionales – ¡y sus propias evaluaciones tampoco coinciden! En el lenguaje del ajedrez contemporáneo, la idea de que una movida es “objetivamente correcta” dice relación justamente con la evaluación que hace un programa. Hoy en día, cualquier jugador amateur tiene acceso a estos programas – por lo general son de código abierto y/o están disponibles por defecto en sitios como lichess o chess.com.
Como sucede en todos los campos donde la tecnología ha avanzado tanto en tan poco tiempo, hay muchos quienes creen que el fin del ajedrez está a la vuelta de la esquina. Se habla entonces de cambiar las reglas del ajedrez, como por ejemplo introducir un elemento aleatorio en la posición original de las piezas. En tanto forma artística ha quedado en el pasado, como ciencia hoy está en manos de supercomputadoras, como deporte corre el riesgo de rutinizarse como un juego de memoria. Lo que persiste, sin embargo, es la motivación únicamente humana por mejorar en un “juego” que nos invita a creernos dioses para demostrarnos constantemente que tenemos los pies de barro.