La culpa no es solo de ellos: vivimos en un período histórico muy dinámico donde los problemas cambian y se multiplican, mientras que sus soluciones son siempre difíciles de explicar y lentas de implementar. Así, puesto que los cambios en las circunstancias llevan inevitablemente a que los políticos deban cambiar de opinión, su credibilidad cae aún más. Cuando las palabras tienen una vida útil tan breve, las acciones adquieren más importancia porque solo ellas parecen expresar aquella solidez que las declaraciones públicas han perdido.